martes, 31 de julio de 2012

Qué comer en Toledo


Hoy queremos ofrecer una pequeña muestra de las comidas más tradicionales de nuestra tierra, Los visitantes de neustro hotel, podrán preguntar al perosnal de recpeción ye ncantaodos ofrecerán una recomendación de los mejores lugares para degustar estos platos.
Para ir abriendo el apetito destacamos
Carcamusas:
Un guiso de carnte de ternera o cerdo, desmenuzada y gusiada con una salsa de tomate y guisantes.
Sopas de ajo (Castellana):
Caldo a base de ñoras, ajo, aceite, pimentón y Jamón. Servida en cuenco de barro con pan y huevos.
Migas:
Comida tradicional de pastores, que consiste en freír chorizos, ajos y panceta en una sartén honda, a la que añadimos pan moreno hasta conseguir una mezcla suelta y dorada.
Arroz a la Toledana: Cazuela de arroz con pollo, congrio, calamares y setas
Cochifrito: Cordero o cabrito, en alguna ocasión cerdo, guisado y después frito en aceite con ajos, vinagre y especias.
Truchas a la Toledana: preparadas con vinagre, ajos y especias
Tiznao de bacalao: Se asan al horno patatas, bacalao, cebolla, ajos y pimientos morrones rojos. Se pica tras el asado en una olla se mezcla con tomate crudo y pimentón dulce.
Como aperitivo y para los más atrevidos en la cocina, os dejamos una forma rápida y sencilla de preparar uno de estos platos.

viernes, 27 de julio de 2012

Te contaré una historia!

Historia Toledo

De sobra conocida la historia de la ciudad Imperial, aquí os dejamos unos breves apuntes, para abrir el apetito, nada comparado con lo que puedes descubrir si vienes a visitarla.
Conocida como «La ciudad Imperial» por haber sido la sede principal de la corte de Carlos I y también como «la ciudad de las tres culturas», por haber estado poblada durante siglos por cristianos, judíos y musulmanes. Lo que hace de Toledo un lugar lleno de cultura, historia, mitos y leyendas, nadie quedará indiferente.
Toledo es un municipio y ciudad de España, capital de la provincia homónima, de la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha y ex-capital de España.
La historia de la ciudad se remonta a la Edad del Bronce. Fue un importante centro carpetano hasta su conquista romana en 193 a. C. Quedan diversos restos de la actividad romana en la ciudad, como el acueducto o el circo. Tras las invasiones germánicas, la ciudad se convertirá con Leovigildo en capital, y posteriormente, principal sede eclesiástica, del Reino Visigodo. En el año 711, después de una resistencia moderada, Toledo es conquistada por los musulmanes. Durante el dominio musulmán, la antigua capital visigoda se caracterizó por su oposición e individualismo, concretado en la Taifa de Toledo. Alfonso VI reconquista la ciudad en 1085. Durante la edad moderna la ciudad destacó como sede de los Reyes Católicos y por su participación en la Guerra de las Comunidades de Castilla.
Al trasladarse la corte a Madrid en 1563 la ciudad entró en decadencia, acentuada por la crisis económica del momento. Ya en época contemporánea, Toledo y más concretamente su Alcázar se convirtió en un símbolo de la Guerra Civil durante su largo Asedio del Alcázar. En 1983 se convirtió en capital de Castilla-La Mancha.
 Historia antigua
El primer asentamiento fijo que se conoce en la ciudad es una serie de castros, sobre los que después se levantó la ciudad celtibérica amurallada, uno de los más importantes centros de los carpetanos. Uno de estos primeros asentamientos se sitúa en el Cerro del Bú (sobre un cerro de la orilla izquierda del río Tajo), del que se han obtenido numerosos restos en excavaciones realizadas, y que se pueden observar en el actual Museo-Hospital de Santa Cruz, en Toledo.

En el año 193 a. C. y tras una gran resistencia, Marco Fulvio Nobilior conquista la ciudad. Los romanos la reconstruyeron y la denominaron Toletum, en la provincia de Carpetania. La ciudad desarrolló una importante industria del hierro que la llevó a acuñar moneda. La zona donde se asentaba la ciudad sufrió un profundo proceso de romanización, como atestiguan los numerosos restos de villas romanas, especialmente en la ribera del Tajo.
Los romanos dejaron numerosos vestigios en la faz toledana, como un imponente acueducto, del que únicamente se conservan las bases a ambos lados del Tajo, una vía romana, parte de la cual se puede ver en las laderas de los cerros de la margen izquierda del río, y un circo, ubicado en un parque público y parcialmente desenterrado. Existen otros muchos vestigios que, pese a estar dados por desaparecidos en muchos casos, es muy probable que se encuentren en el subsuelo de la urbe, tales como el teatro (ubicado en el solar inmediato al circo y que actualmente ocupa un colegio), el anfiteatro (bajo el barrio de Covachuelas), una importante infraestructura hidráulica (como los vestigios que quedan al lado de la puerta donde se accede a la mezquita del Cristo de la Luz)  numerosas calzadas (como las recientemente encontradas a 7 metros aproximadamente de profundidad bajo el jardín de la Mezquita anteriormente mencionada), así como termas, aliviaderos, villas, etc.
La mayor parte de estas construcciones históricas fueran desmontadas, siendo los sillares aprovechados para la construcción de otros edificios y para la muralla que rodea la ciudad, si bien, posiblemente la mayor riqueza arqueológica de Toledo se encuentre enterrada bajo su subsuelo.
Tras las primeras incursiones germánicas, se reedificaron la antiguas murallas con objetivos defensivos; a pesar de ello en el año 411 la ciudad fue conquistada por los alanos, quienes fueron a su vez derrotados por los visigodos en el año 418. Una vez hubo vencido a su rival Agila, Atanagildo estableció su corte en la ciudad y posteriormente, con Leovigildo, se convirtió en capital del reino hispanogodo y en arzobispado, con lo que adquirió gran importancia civil y religiosa (como prueban los Concilios de Toledo). Muy cerca de Toledo, en la villa de Guadamur, se halló el Tesoro de Guarrazar, excepcional conjunto de coronas votivas de los reyes visigodos.
El predominio de gran población mozárabe la convirtió enseguida en un foco de continua preocupación para Córdoba. En 797 (según Claudio Sánchez-Albornoz en 807 y 800 según otras fuentes), durante el emirato de Alhakén I, estalló una sublevación contra Córdoba. El emir envió al muladí oscense Amrús ben Yusuf (llamado Amorroz en las crónicas cristianas) para someter la ciudad. Amrús diezmó a los muladíes locales mediante un cruel ardid. Se trata del suceso conocido como la jornada del foso. Amrús organizó un banquete en el palacio del gobernador e invitó a comer a los muladíes principales de la ciudad. A las puertas de la residencia, hizo apostar unos verdugos y, a medida que iban llegando los invitados, se les cortaba el cuello, siendo arrojado el cadáver a una zanja (de aquí el nombre con que es conocido el episodio). De esta manera, el emir consiguió someter por un tiempo al pueblo toledano. No obstante, éstos volvieron a rebelarse en el 811 y en el 829, después de su muerte.
Finalmente, Abd al-Rahman III aplastó la endémica rebelión de la ciudad de Toledo en julio de 932, tras un asedio de dos años, sometiéndola al califato cordobés. Al desintegrarse el califato en el siglo XI, Toledo se convirtió en un importante reino de taifa, que no obstante, tuvo que pagar parias a los reyes de Castilla para mantener su independencia.
El 25 de mayo de 1085, Alfonso VI de León y Castilla entra en Toledo, mediante un acuerdo previo con el rey de la Taifa que la gobernaba. Mediante el acuerdo de capitulación, el rey castellano y leonés somete al reino, garantizando a los pobladores musulmanes la seguridad de sus personas y bienes. El rey concedió fueros propios a cada una de las minorías existentes: mozárabes (Toledo era un importante centro mozárabe, con liturgia propia, la hispano-mozárabe, que aún se conserva), musulmanes y judíos, posteriormente refundidos por Alfonso VII en el Fuero de 1118.
Tras la capitulación de la ciudad, sobrevino el periodo de mayor esplendor de Toledo, de una gran intensidad cultural, social y política.
Tras la capitulación, se toleró la práctica religiosa de las comunidades judía y musulmana, pero esta actitud tolerante no duró mucho tiempo. Los cristianos construyeron la nueva catedral sobre la mezquita mayor, que a su vez se levantaba sobre la antigua catedral visigoda.

En 1162 la ciudad fue conquistada por el rey Fernando II de León, durante el convulso período de la minoría de edad de Alfonso VIII de Castilla. El rey leonés nombró a Fernando Rodríguez de Castro "el Castellano", miembro de la Casa de Castro, gobernador de la ciudad. La ciudad de Toledo permaneció en poder de los leoneses hasta el año 1166, en que fue recuperada por los castellanos
Historia moderna

Los Reyes Católicos urbanizaron y engrandecieron la ciudad, y en la catedral toledana se proclamó a Juana y Felipe el Hermoso como herederos de la corona castellana en 1502. Isabel la Católica mandó construir en Toledo el monasterio de San Juan de los Reyes para conmemorar la batalla de Toro y ser enterrada allí con su marido, pero tras la reconquista de Granada los Reyes decidieron enterrarse en ésta última ciudad, donde sus restos descansan hoy.
Fue una de las primeras ciudades que se unió a la revuelta de las Comunidades en 1520, con dirigentes comuneros como Pedro Laso de la Vega y Juan de Padilla. Tras la derrota comunera en la batalla de Villalar, los comuneros toledanos, dirigidos por María Pacheco, la viuda de Padilla, fueron los que más resistencia opusieron a los designios de Carlos I, hasta su rendición en 1522. Toledo se convirtió en una de las capitales del imperio.
Posteriormente, con la decisión de trasladar la corte a Madrid, adoptada por su hijo Felipe II, en el año 1561, la ciudad perdió gran parte de su peso político y social. La ruina de la industria textil acentuó la decadencia de Toledo, que sigue a la de la propia historia de España.
 Historia contemporánea
Tras el comienzo de la Guerra Civil Española, la ciudad permaneció en la zona republicana. Sin embargo, en el Alcázar, sede de la Academia de Infantería, se refugió un grupo de leales a los sublevados (1.950 personas, según el boletín El Alcázar de esas fechas, entre militares, guardias civiles y sus familias, al mando del coronel Moscardó, que resistió al Gobierno desde el 21 de julio de 1936 hasta la llegada de las tropas del general Varela el 27 de septiembre de ese mismo año. El asedio del Alcázar, episodio de resonancia mundial, fue ampliamente utilizado por la propaganda  franquista. El Alcázar, casi completamente destruido en el asedio, fue reconstruido en su totalidad posteriormente.
La represión y la violencia entre los partidarios de cada bando fueron los signos característicos de la guerra y posguerra. En un primer momento, con la ciudad todavía bajo dominio republicano, se realizaron fusilamientos populares, en los que los ciudadanos eran ejecutados por la mera sospecha de ser de "derechas" o pertenecer a la iglesia católica (estando documentada la muerte de al menos cien eclesiásticos) En uno de estos fusilamientos resultaría muerto el deán de la catedral y según la tradición historiográfica franquista, Luis Moscardó, hijo del coronel encerrado en El Alcázar.
En septiembre de 1936 se instaló un Tribunal Popular en el Palacio Arzobispal. El Tribunal tuvo corta vida, estableciendo solo cuatro sumarios antes de su traslado a Madrid. Además, la vida en la ciudad era de un constante estado de guerra, con combates y bombardeos continuos en la zona de El Alcázar. Los errores en los bombardeos causaron muchos destrozos en la ciudad, sobre todo en la cercana plaza de Zocodover. Tras la toma de la ciudad por las tropas franquistas se recrudeció la represión. Hasta diciembre de 1936 la ciudad viviría en un estado sumarísimo, liderado por las disposiciones del comandante Planas y dirigido a todos los ciudadanos que habían colaborado en la represión de las tropas republicanas.

lunes, 23 de julio de 2012

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